No sé qué entiende Su Excelencia, el Presidente de la República, por “profecía autocumplida”. Nuestro presidente nos tiene acostumbrados a expresiones sorprendentes, que cuesta entenderlas, como aquella broma de “Robinson Crusoe” - personaje surgido de la mente de Daniel Defoe - al cual le dio vida real – o aquella otra del “marepoto” o la majadería de insistir en el papelito de “los treinta y tres” y de regalar piedras a algunos mandatarios de Europa; no es de su responsabilidad de que la ignorancia, en Chile al menos, sea una virtud y de que la mayoría de los chilenos, entre quienes se cuentan algunos profesores, no entiendan lo que leen; que algunos líderes políticos convivan sin ninguna cultura literaria . ¿Por qué tendríamos que exigirle esta cualidad intelectual a nuestro primer funcionario de la república?
Si la profecía autocumplida es el fin de un sistema político fraudulento – la transición transaccional, no cabe duda de que hace mucho tiempo que la casta política realiza sus mejores esfuerzos para que esta profecía se cumpla.
Visto el sistema electoral desde una perspectiva histórica, desde Portales, hasta Piñera, ha sido un permanente fraude, salvo de 1958 a 1973: Bloque del Saneamiento Democrático hasta las elecciones parlamentarias de marzo de 1973. Un solo dato: el universo de inscritos en el Registro Electoral aumentó de 1.500.000 a cuatro millones de electores; se eliminó el cohecho; se derogó la Ley de Defensa de la Democracia; se permitió el voto a los analfabetos.
Salvo en el período Pipiolo, (1823-1830), ninguna Constitución ha surgido de una asamblea popular; las demás son producto de la imposición de la espada: la de 1833, por la dictadura portaliana, que aplicó el más largo estado de sitio de nuestra historia y se prolongaría todo el tiempo que durara la guerra contra la confederación Perú-boliviana; la de 1925 por el inspector del ejército Mariano Navarrete, mediante un discurso amenazador y un golpe de puño en la mesa; la de 1980 es producto de Jaime Guzmán y del tirano Augusto Pinochet.
En el sistema electoral, durante todo el siglo XIX, el monarca presidente era el único elector: nombraba a su sucesor – Prieto a Bulnes; a Montt a Pérez a Errázuriz a Pinto; a Santamaría: a Balmaceda. El dominio del Congreso estaba asegurado por la intervención de los gobernadores. Posteriormente, por la llamada “libertad electoral”, predominó el fraude en base al cohecho y al cacicazgo municipal. En la transición “transaccional” todos los diputados y senadores tienen la posesión del cargo en forma vitalicia, sólo basta que manifiesten su deseo a la reelección para lograrlo – más del 60% de los parlamentarios actuales se ha hecho reelegir en forma sucesiva -.
Los electores, convertidos en consumidores, están todos encuestados: cualquier parlamentario sabe cómo votan en cada mesa, pues en las elecciones no hay ninguna sorpresa – como en el caso de la colusión avícola, basta repartirse bien los “pájaros” de los electores, además, cuatro millones de personas capacitadas para votar estaban excluidas -.
La jaula de hierro, heredada del tirano, garantiza el veto permanente de cualquier minoría a una legislación sobre temas de importancia para el país y su democracia: las Leyes Orgánicas exigen quórum tan altos que la única forma de lograrlo es por medio de la colusión que, hipócritamente, es llamada la “democracia de los consensos; el mejor ejemplo de esta mala forma de hacer política es la Ley General de Educación.
No justifica la Concertación el haberse amoldado al veto chantajista de la derecha, pues en el fondo, el pragmatismo de Edgardo Benninger terminó convirtiendo a esta coalición desde la centro-izquierda a una humanización del neoliberalismo y, con razón, los ciudadanos los expulsaron del poder prefiriendo el original a la fotocopia.
El sistema binominal no es una invención de Jaime Guzmán – en este tema, como en muchos otros contenidos en la Constitución, no han hecho más que copiar y repetir textos históricos. Según Manuel Rivas Vicuña, en su obra Historia política y parlamentaria, Alberto Edwards, el último“pelucón”, admirador de la dictadura de Diego Portales, posteriormente funcionario de Carlos Ibáñez, propuso, en 1911, una ley electoral que dividía al país en Distritos, por la cual elegía cada una dos diputados, garantizando un perfecto empate, salvo que una de las dos combinaciones duplicara a la otra. El binominal de 1911 favorecía a la Coalición y a la Alianza, y en 2012, a la Concertación y a la Coalición por el Cambio.
Tanto en 1911, como en 2012, los partidos históricos se rigen por el pragmatismo y se han ido convirtiendo en grupos plutocráticas, que se reparten el botín del Estado. En 1911, se compraban los cargos parlamentarios y en 2012 los reparten los jefes de partido.
En 1911, las municipalidades estaban corrompidas, con el agravante de que manejaban el sistema electoral; en 2012, algunos alcaldes entre los que se cuentan los de Providencia y Ñuñoa señores feudales y émulos de Augusto Pinochet.
En 1911, algunos diputados eran abogados de empresas del salitre y se hacían millonarios en base a algunos pleitos; en 2012, algunos ni siquiera requieren del ejercicio de su profesión – les basta durar veinticinco años en el cargo para convertirse en millonarios -.
El rey electivo de la Constitución de 1925 tenía mucho menos poderes que el de la Constitución Pinochet-Lagos, sin embargo, el rey debe contar con la firma del ministro del ramo para la validez de todo acto jurídico; en la actualidad, esta condición es un detalle, pues los ministros con incondicionales del Presidente. En el pasado, Carlos Ibáñez utilizó esta modalidad para desbancar a don Arturo Alessandri. A partir de 1925, el Presidente debe contar con el apoyo de los partidos políticos. En la época Republicana (1925-1973), los jefes de partido de la coalición de gobierno debían dar el pase a los candidatos a ministros; en la actualidad, esta condición es inconstitucional.
El Partido Radical, por ejemplo, logró envenenar la existencia de don Pedro Aguirre Cerda; Juan Antonio Ríos intentó zafarse del dominio de su partido por medio de gabinetes que incluían militares; Gabriel González Videla incluyó a todos los partidos políticos en su gabinete; Carlos Ibáñez ganó en base a “la escoba” para barrer a los políticos y terminó desastrosamente; Jorge Alessandri intentó gobernar con los gerentes y, al fin, lo hizo con conservadores, radicales y radicales. Eduardo Frei Montalva gobernó con un partido único, la DC, que terminó balcanizado; Michelle Bachelet propuso un gobierno ciudadano y, al fin, se entregó a Escalona, Pérez Yoma, Tironi y Viera-Gallo, entre otros.
Sebastián Piñera, ignorando la historia, intentó un gabinete de empresarios, sin ninguna experiencia política, pero la UDI conspiró e impuso un gabinete a su amaño. Hoy, el rey quiere mostrar un escenario republicano, entrevistándose con los ex presidentes de la Concertación; era de suponer que esta comedia iba a terminar en un cambio del sistema binominal y una reforma tributaria, pero en ambos casos, la UDI pretende, nuevamente, doblarle la mano.
Eugenio Tironi y Patricio Navia, entre otros, se equivocan en atribuir la debilidad de Sebastián Piñera solamente en la antipatía que la opinión pública le profesa.
Personalmente, pienso que hay causas mucho más profundas: la derecha en democracia siempre ha tendido a dividirse a causa del individualismo, propio de su concepción ideológica: de 1938 a 1973, a pesar de tener mayoría electoral, perdió muchos comicios a causa de este síndrome; en 1946, se presentó dividida entre Eduardo Cruz-Coke y Fernando Alessandri que a pesar de tener más del 50% de los votos, perdió ante el izquierdista Gabriel González Videla; sólo ganó una vez, superando a Allende por un pequeño margen don Jorge Alessandri. La derecha estaba asegurada por poseer la mayoría parlamentaria y mantenía, por consiguiente, gran parte del poder político, además del económico.
En la transición (1990-2012), la derecha tiene seguro de vida en base al sistema institucional heredado del dictador: puede darse el lujo de perder todas las elecciones y mantener el poder. Ahora, llegados al gobierno, el síndrome de la división se radicaliza, pues el Sebastián Piñera no es del agrado de un amplio sector de la derecha, que tanto la UDI, como en RN. Jovino Novoa y sus seguidores cercanos se han convertido en el peor cuchillo para Su Excelencia, exigiéndole que siga el trazado político de la UDI o que haga gobierno con la DC.
“La profecía autocumplida” o la “muerte anunciada” de un sistema político electoral, cada vez más fraudulento, excluyente e inaceptable, se va a producir más temprano que tarde, producto de la presión de una verdadera rebelión del electorado y nada podrán hacer los conservadores de derecha y de izquierda ante la irrupción de la ciudadanía, cada día más consciente de su dignidad y de sus derechos.
Marco Enríquez-Ominami