Cuando una persona posee un cuerpo débil y se enferma el desafío de la medicina para aliviarle es doble. En muchos casos, aún con el diagnóstico correcto y existiendo tratamientos probados, la fragilidad del organismo impide sanarlo.
Algo muy similar le ocurre hoy a la política. Aunque en época electoral se tiende relevar las diferencias, que las hay, lo cierto es que existen también vastas zonas de convergencia sobre los desafíos que enfrenta Chile para acceder a progreso y bienestar para sus ciudadanos, pero, a la hora de pasar al tratamiento, la debilidad de la política impide llegar a puerto.
Lo que hace años era parte del activo que permitió aplicar políticas exitosas, hoy se ha tornado en la mochila que sobrecarga toda decisión, acción o acuerdo. En suma, la política hoy no es parte de la solución sino del problema.
La estabilidad macroeconómica, la cobertura educacional, la paz social, el crecimiento, la cobertura de caminos y viviendas, así como el acceso a bienes y servicios que antes eran privilegio de unos pocos, son parte de los logros de una generación que supo conjugar la ambición, la responsabilidad, la audacia y la cautela en proporciones adecuadas para su tiempo y su proyecto político. La generación de líderes que encabezó la transición en Chile puede, además de sus fracasos y errores, mostrar con orgullo esto como logro.
El problema es que esa misma generación hoy no tiene respuesta ni propuestas para enfrentar al Chile del bicentenario ya que los esfuerzos que se deben abordar para implementar políticas a la altura de lo que Chile es y necesita requieren cambiar las cuotas, las porciones y las proporciones de la receta con que la clase política –de izquierda y derecha- viene cocinando el puchero desde hace ya casi 20 años.
La protección de la infancia, los pisos sociales, la libre competencia, la sustentabilidad, la calidad en la educación, la cultura digital, la excelencia en la administración del estado, la ampliación de las libertades, la consolidación de una ciudadanía activa y de la institucionalidad que la cobije, entre otros, son desafíos de segunda generación respecto a los precedentes. Por lo mismo, requieren de una segunda generación de líderes que sean capaces de enfrentar con decisión, con pragmatismo y con convicción los desafíos que estas tareas imponen.
Poco se puede hacer por mejorar las condiciones y la disponibilidad de empleo si las políticas para ellos las define el diferencial entre la agenda de la CPC y la CUT. La educación puede dar forma a una comisión de expertos y tomar de las manos a dirigentes de oposición y gobierno, pero resultado de todo eso no es ni una sombra de lo que se pretendía y requería obtener; así también en trabajo, equidad, institucionalidad política y reformas tributarias. La lista es larga y el resultado el mismo.
Es la política la que está enferma; secuestrada por un grupo de dirigentes cuyo norte más ambicioso es desbancar a algún vecino para mover unos centímetros la cerca. La política, llamada a reconciliar al hombre y su sociedad, hoy no ve, no escucha ni siente a un país que baila a un ritmo distinto, tiene nuevos sueños y problemas.
Pero la misión de la política continúa intacta, es necesario rescatarla de sus captores para que tome su rol como catalizador de los cambios sociales que se necesitan. El conservadurismo de izquierda y derecha no ha estado a la altura del Chile del bicentenario, es hora de dar el paso siguiente, de eso se trata la próxima elección presidencial y ese es el desafío que pretendemos liderar.
Marco Enríquez-Ominami
Diputado y Candidato Presidencial
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