La importancia del Estado en tiempos de crisis por Marco Enríquez-Ominami


Ayer volvió a temblar fuertemente en la zona central del país. Los sistemas de alerta preventiva funcionaron esta vez y, para suerte de todos nosotros, el mar no se ensañó nuevamente con nuestras costas. Sin embargo, el pánico y la angustia desatados frente a la posibilidad de una nueva catástrofe como la que ya vivimos a fines de febrero, nos recordaron que el determinismo es parte de nuestras vidas.

La naturaleza pareciera querer decirnos que no somos dueños de nuestro destino. Constatación incómoda para los que ponemos el acento en la voluntad, la voluntad de poder, la voluntad de cambio y la voluntad de construir. El determinismo al que nos entregó el terremoto de hace pocos días, nos exhibió además otra falla fundamental: la social -tanto más cruda, tanto más humana- expresada en el pillaje callejero. “Expresión del lumpen”, han escrito muchos y de “un bajo comportamiento moral de demasiados chilenos”, según otros. Creo que ni una ni otra interpretación son suficientes para avanzar hacia soluciones, hacia un Chile normalizado, más moderno y próspero.

Para abordar la delincuencia la compasión es siempre evidencia de una rendición intelectual, pero para abordar nuevos fenómenos de sociedad es también siempre la antesala de reflexiones más inclusivas que pueden derivar en políticas públicas más legítimas, condición esencial para salir de la precariedad institucional en la que hemos estado. Evidentemente, muchos delincuentes se apoderaron de las calles de modo oportunista, pero ¿qué se puede esperar de quien vive en esa lógica cada día de su vida, abusando mediante la fuerza de los desprevenidos? Ni un terremoto ni millones de carabineros serán nunca suficientes para disminuir ese flagelo, sólo las políticas públicas lo han logrado en algunas partes en el mundo.

Ante situaciones excepcionales siempre se dan comportamientos excepcionales. Así como vimos personas utilizando la violencia para sobrevivir en esos días, también fuimos testigos de comportamientos inéditos, excepcionales, llenos de solidaridad. ¿Cómo no hacer un reconocimiento a los pescadores que, arriesgando su vida, salvaron a muchas personas que festejaban el cierre del verano en la isla de Los Perros, por ejemplo?

En la base de ese comportamiento está la compasión, el coraje de sentirla y de hablar de ella. Por eso invito a incorporar también ese concepto como método de aproximación al fenómeno de la violencia. Desde la compasión, tal vez, podremos comprender lo ocurrido, no justificar, sino comprender el fenómeno, justamente para evitar que se repita. Y, desde esa óptica, cuando el Estado no está cerca, cuando el Estado no existe, cuando el neoliberalismo logra su objetivo: sacar al Estado de nuestra sociedad, ocurre lo que hemos visto. En momentos de crisis, el libre albedrío, tan estudiado por filósofos y tan criticado con justa razón por los más sensatos de ellos, toma caminos diversos. El Estado puede ser la imagen alienada de nuestra sociedad, pero la sociedad sin el Estado se aliena también. Un padre de familia que, en pocas horas pierde su casa, su mujer, sus hijos, sus padres, su dinero, su empleo, su alimento y, además, no reconoce en esos duros momentos la expresión del Estado para acogerlo, difícilmente tendrá otro comportamiento para sobrevivir. Por eso, culparlo antes que culpar al Estado me parece insuficiente. Hago el paréntesis debido para condenar, sin una coma de transición, a quienes saquearon sin necesidad almacenes, a quienes sin valores comunitarios sólo abusaron del pánico de otros.

Pero volviendo a lo anterior, si es posible un juicio éste debe conducirse igualmente hacia quienes desprecian al Estado, hacia quienes para lucrar llevan una permanente agenda de aminoramiento del rol del Estado en Chile. El juicio mediático, político, moral y, además, judicial es también para quienes estando en el poder no supieron lograr que el Estado estuviera más cerca de su pueblo en las horas más críticas de Chile. También para quienes aprovechan, como los saqueadores, la precariedad institucional para reformar el Estado a su propio beneficio. Ante ese mismo tribunal debe invitarse a quienes, como hábito de vida, han optado por delinquir con cuello y corbata bajando las exigencias antisísmicas para construir más barato. En último lugar deben sentarse en el banco de los acusados quienes sin información, con hambre y desesperanzados, intentaron sobrevivir de la peor manera después del terremoto.

En ese juicio, si esos son los imputados, seré abogado, defensor, guardia y constructor de un Chile razonable, de una república del respeto, donde el Estado sea el brazo para derrotar la pobreza y no el brazo para criminalizarnos a todos ante la inclemencia de la naturaleza.

No hay comentarios.: