La Renovación política


Hace más de un siglo y en medio del desierto chileno, crecieron espacios de esplendorosa actividad cultural y económica: las oficinas salitreras. Humberstone es el clásico ejemplo, porque allí se presentaban espectáculos de fama mundial venidos directamente desde Europa y que las principales ciudades del país no podían costear.

Hoy, el esqueleto de esa oficina emerge en la arena como registro de una verdadera hazaña que llenó de vida el desierto más árido del mundo. Humberstone murió agotada en sí misma, atrapando los fantasmas de su propio esplendor.

Eso ocurre, de vez en cuando, en la historia de Chile y puede extrapolarse a muchas áreas de la vida republicana. Sólo la renovación de los procesos, la innovación y la mirada a largo plazo evitan el descalabro.

Y sin embargo, en materia política, parece que la metáfora no aplica. La clase dirigente de los partidos políticos actuales son como Humberstone. Acicalados en los recuerdos de etapas de abolengo, olvidan sin embargo, que todos sus logros se deben a los esfuerzos, penas y desventuras de quienes representan. Partieron escuchando, contaron con la aprobación pública, hipotecaron su capital en base a los sueños y necesidades de los ciudadanos y, no obstante, hoy aparecen dando tumbos sin un rumbo fijo y sin capacidad de escucha para seguir avanzando. No bastan las pifias en un estadio, ni siquiera haber perdido una elección. La discusión sigue siendo la misma y los actores se repiten groseramente en el reparto.

En la escena, eso sí, pueden observarse algunos esfuerzos por responder a un objetivo necesario: la renovación. Nuevas voces jóvenes –y no tan jóvenes- quieren tomarse el escenario, lo cual está muy bien si se piensa que, en el caso de la Concertación, apuntan a la sobrevivencia de un histórico pacto que, en su momento, renovó Chile sacándolo de una cruel dictadura y llevándolo a un espacio de participación poco visto en la historia de nuestro país. El esfuerzo por renovarse no es el problema, el problema son las prácticas.

Los liderazgos no se prueban al interior de una tienda en la cual 800 militantes votan la pertinencia o no de un presidente. Los líderes se prueban en terreno y con miles de personas manifestando su adhesión. De lo contrario, el liderazgo puede transformarse en un hábito pernicioso y, generalmente, endogámico.

La pregunta entonces es ¿cómo renovamos la política sin que eso se traduzca a un mero intercambio de rostros?

Creo firmemente que necesitamos una profunda y significativa renovación cultural, económica y política. Eso, porque hace mucho que el proyecto de país al que queremos pertenecer todos se volvió un lugar donde los intereses particulares de unos se imponen a los otros sin que exista una verdadera reflexión al respecto.

La renovación política no implica sólo un cambio de traje. Debe ser más bien un proceso completo de transformación donde comprendamos que la ciudadanía efectivamente es importante y, por tanto, hagamos todo lo necesario para facilitar su expresión. Creo que esa es la única forma de evitar que la política se aleje de lo social.

Y esta renovación se vuelve cada vez más necesaria en un momento en que la derecha liberal amplía su mirada del mundo sin ningún –o con poco- contrapeso efectivo. Por eso es que necesitamos urgentemente nuevos referentes que encabecen una revolución progresista y que construyan nuevos sentidos.

Por lo demás, creo que a los chilenos y chilenas, más que ver por televisión la telenovela política de turno, les interesa saber cómo nos proponemos pasar de una sociedad de privilegios a una sociedad de oportunidades. Cómo vencemos la desigualdad, la segregación y el clasismo. Cómo evitaremos la depredación del medio ambiente, cómo haremos de nuestro sistema democrático un lugar de participación efectiva y no sólo un lugar común.

La “renovación de líderes” debe plantear otra forma de hacer política, sin lógicas patrimoniales y que incentive la participación directa. Es decir, que resguarde una democracia donde se considere a los ciudadanos seres libres y dotados de capacidad de discernir las mejores opciones para su país.

El cambio va hacia la política y no al revés. Por eso, espero que la oportunidad para renovar la política se traduzca a una nueva comprensión de la esfera pública en que se desarrollan tanto las dirigencias como militancias partidarias. Estamos al servicio de la gente y, por lo mismo, debemos mantener los oídos abiertos al máximo, no sea que por desidia terminemos transformando los partidos en oficinas de papeleo sin sentido, o en oficinas fantasmas como Humberstone.

Marco Enríquez-Ominami

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