La reconstrucción y el proceso constituyente de un nuevo Chile


Publico columna de Hector Testa:

Palabras para una oposición desde y para las mayorías.

Pasadas cuatro semanas de la catástrofe que golpeó a varias regiones de nuestro país, resulta adecuado plantear un debate de mediano y largo plazo sobre algunas cuestiones en torno a la reconstrucción y el escenario político presente. Obviamente, es el gobierno de Piñera y su coalición quien tiene la iniciativa política y la capacidad de movilizar los recursos del Estado en función de las decisiones que va tomando. Tiene, además, el poder mediático como gran aliado y una Concertación corroída, a la baja, cosa que le facilita la tarea a un gobierno sin mayores oposiciones a su andar.

Por otra parte, la ciudadanía más descontenta con la política actual, esa que en las elecciones pasadas o bien optó por las candidaturas fuera del esquema binominal o continuó en su posición de exclusión electoral autogenerada y condicionada por el marco institucional; la ciudadanía golpeada por la dureza de la catástrofe y sus consecuencias a lo largo de los días; cuenta con pocas formas de organización o articulación de una alternativa, como resulta obvio y medianamente esperable dado el contexto político en que hemos estado inmersos durante el último tiempo.
Así las cosas, el tema que nos debería convocar sería el cómo seguir madurando un proceso constituyente, creciente, desde y para las mayorías. Un proceso que impulse un nuevo orden político, que reinvente las condiciones de desarrollo, que mire y actúe en la perspectiva de crear una política democrática y democratizante que supere sustancialmente la democracia restringida y de contenidos mínimos. Lo nuestro debe ser una democracia con contenidos pensados en ser caminos hacia los mayores óptimos posibles, contenidos democráticos, ciudadanos, promovedores del bienestar y la felicidad de los más, que encaminen y allanen el paso a su capacidad para ser gobierno y participación social creciente en los asuntos que nos atañen a todas y todos. Es decir, la dirección opuesta a lo que nos llevaron algunas decisiones de los anteriores gobiernos -lamentablemente, los que constituían el perfil estructural y central del modelo, más allá de sus correcciones-, y que constituyen, como era esperable y ha quedado más que claro estas semanas, la definición misma del gobierno recientemente asumido.

Las manifiestas y a veces escandalosas dificultades en el proceso de nombramiento de las autoridades de Gobierno, el perfil elitista, empresarial, tecnócrata, conservador de la absoluta mayoría de ellos; o las primeras medidas frente al escenario de catástrofe – ampliamente privatizadoras y privatistas, proempresariales, y con anuncios de ajustes que vienen a constituir algunos grandes pasos atrás en las ya muy exiguas e insuficientes conquistas y avances sociales tras la dictadura- parecen ser el carácter claro e indiscutido del Gobierno de Piñera. Si hace un tiempo atrás podía pensarse en que el gobierno electo tendría alguna política social marcada por cierto populismo empujado, sobre todo, por los ejes programáticos de la UDI y su apuesta política por los sectores más deteriorados y pobres de nuestro país –y, también, una limitación al avasallamiento tecnócrata empujado por Piñera-, hoy en día más bien lo que cabe preguntarse es cómo irá manejándose la relación interna de la coalición gobernante, la que al parecer será tensa y conflictiva, cuestión bastante agravada por las consecuencias económicas de la catástrofe. El tema del alza en los impuestos a las grandes empresas y riquezas del país lo ilustra de manera ejemplar. El altercado verbal entre el CEP y los grandes grupos empresariales que le dan sustento y resonancia, por un lado, y Hinzpeter y la agenda de reconstrucción trazada por el gobierno, por el otro, muestran un tipo de disputa que se repetirá una y otra vez durante estos años.

El gobierno sabe que cuenta con escaso margen de maniobra y cree actuar en consecuencia a eso, pero también lo hace desde una lógica administrativa y del actuar en la coyuntura que repite, como acto reflejo, su experiencia y aprendizaje desde el mundo privado y los grandes grupos económicos del país. Por lo demás, el hecho de su pertenencia familiar a esos núcleos de poder y patrimonio sólo agravan la complejidad de ser gobierno y elite dominante a la vez. Las ya innumerables vinculaciones gobierno-mundo empresarial que han venido saliendo a flote, o, para ir a un caso grotesco, las declaraciones de un gobernador de una provincia con alta presencia mapuche diciendo que la problemática creciente en esas regiones se solucionaría como un problema de “atención al cliente” a resolver por “ejecutivos de cuenta”, dan muestras de las dificultades de actores políticos poco acostumbrados a pensar el mundo y el país desde una lógica menos mercantilista y unidimensional.

Entre las definiciones estratégicas del nuevo gobierno, preferir opciones macroeconómicas que continúan la senda de la ortodoxia neoliberal que nos ha gobernado las últimas décadas, parece ser una decisión ya tomada. En la situación de “reconstrucción” hay una excusa rápida para desmantelar o relativizar el impulso en protección social que, en algunas materias, logró instalar sobre todo el último gobierno concertacionista. Así, los recortes a los presupuestos regionales y en Educación, la negativa a reingresar los dineros del fondo de estabilización del cobre, o el rechazo a priori a plantear alguna forma de utilización de los enormes recursos captados en los fondos de pensiones privatizados -para qué hablar acerca de la omisión total por nuestra política de recursos naturales-, van delineando un camino de decisiones difíciles y complejas para un gobierno que conoce -o debería conocer- las fragilidades de su carácter “mayoritario”. Las expectativas en torno al cambio y la alternancia que viene anunciando la derecha hace años, tampoco son una garantía de gobernabilidad y estabilidad política para Piñera. Incluso pese a que la oposición social y cultural no cuente con instrumentos político-partidarios para hacerse sentir.

Por otra parte, en unas tres semanas agitadas y de varios episodios generados desde esfuerzos opositores difíciles de determinar con precisión, se han visto las primeras características y procedencias de un nuevo tipo de oposición en el mapa político que se va delineando: el gobierno ha debido retroceder en algunos casos ante ciertas denuncias de medios de comunicación alternativa y las múltiples redes de comunicación vía internet. Esto debiera llamar nuestra atención y sería óptimo convocar a fortalecer tales medios y difundir lo más públicamente todo acto de retroceso social que exprese el nuevo gobierno. Sería ésta una especie de contraloría social y mediática activa y fiscalizadora de los actos gubernamentales. En contraste con la poca capacidad de la Concertación y sus personeros para responder y reaccionar políticamente -que se sigue expresando y reproduciendo en la política añeja que nos llevó a un gobierno de derecha-, la ciudadanía activa y sus organizaciones, movimientos, y medios de comunicación, deben ir construyendo su propio poder e incidencia y -¿porqué no?- ir construyendo una nueva oposición más clara a la dinámica de desigualdades y privatizaciones a la que nos hemos acostumbrado.
Y eso más que desde la pura lógica de reconstrucción de lo que existía hasta antes del 27 de febrero, nos debiera poner en el camino de un programa más constituyente de un nuevo país. Las expresiones de descomposición social y cultural, así como los casos de injustificables falencias organizativas del aparato estatal y militar, proceden de las mismas causas: una sola mirada y una única forma de ser gobierno -ahora más exacerbada y extrema- ha estado dominando las últimas décadas en nuestro país. Remediar y superar tales aspectos debiera ser un asunto que desborda con creces el concepto de “reconstrucción”.

Como siempre, las respuestas solidarias de muchas y muchos; las iniciativas de organización social y de acción autónoma y desinteresada; y la voluntad transformadora de quienes las impulsan, son y serán la mejor expresión de un proceso constituyente que genere un país mejor para todas y todos quienes vivimos en este pedazo de tierra llamado Chile. Una “reconstrucción” no es suficiente, aunque la urgencia que viven cientos de miles de compatriotas, quizás millones, la tendrá como tema principal tema en los tiempos que vienen.

*Héctor Testa Ferreira es integrante Movimiento Surda y de los equipos del referente político en formación generado desde la candidatura presidencial de Marco Enríquez-Ominami).

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