¿Sobrevivirá la Concertación sin el oxígeno de los puestos fiscales?


Publico la columna de Rafael Luís Gumucio Rivas

Hay partidos y alianzas políticas que sólo funcionan en razón del manejo de los aparatos del gobierno. El ejemplo clásico en la historia política mundial lo constituye el PRI Partido Revolucionario Institucional que, desde Plutarco Elías Calles, dominó el Estado mexicano, repartiéndose el poder los diferentes grupos que integraban este conglomerado. La transición a la democracia de ese país ha sido un completo fracaso: los casi dos sexenios del PAN (Partido de Acción Nacional), están terminando en un Estado dominado por narcotráfico. A diferencia de Chile, México es un país federal, por consiguiente, el PRI siempre pudo conservar Estados donde retuvo el poder, razón por la cual lo más posible es que venza en las próximas elecciones presidenciales, a pesar de que se está dando el caso extraño de una alianza entre la derecha e izquierda, con el único propósito que el PRI no triunfe en algunos Estados emblemáticos.

La Concertación, aun cuando se parece al PRI en el sentido de que es una alianza que vivió del Estado, durante veinte años, tiene muchas diferencias con el partido mexicano, sin embargo, hasta ahora, está demostrando mucha mayor incapacidad para constituirse en oposición y tener posibilidades de recuperar el poder. Es cierto que el centralismo monárquico autoritario chileno hace muy difícil la labor de la oposición, pero la Concertación tendría armas que, de ser bien utilizadas, podrían dificultar la tarea del gobierno de derecha – la utilización de las comisiones investigadoras, las acusaciones constitucionales y las interpelaciones, que misiles muy poderosos cuando un gobierno tiene minorías en ambas ramas del congreso nacional-.

Es lógico que, entre tanta confusión, surja el síndrome de la división, que es favorecido por el hecho de ser oposición. Esto de “las dos almas de la Concertación” nunca me ha convencido: hablar de alma de los países, de las civilizaciones, de los procesos históricos o de partidos políticos es una mera transposición de un concepto spengleriano, que trajeron a Chile historiadores como Alberto Edwards Vives y Francisco Encina, entre otros. Se ha recordado durante estos días la división entre los famosos “autoflagelantes y los autocomplacientes”, pero en el fondo, ya a finales del gobierno de Frei, claramente la Concertación había elegido un modelo neoliberal, con predominio de los ministros de Hacienda, que sólo se diferenciaban de los “Chicago Boys” por la implementación de programas de protección social, que terminaban por humanizar la soberbia dictadura del mercado.

Las dos derechas, documento redactado por el diputado Sergio Aguiló, hizo muy poca mella en gobiernos decididos a aplicar el neoliberalismo con rostro humano. No es que había dos almas, sino que la hegemonía estaba bien cimentada en los grupos de poder que acompañaban a los presidentes de la república y que jamás pensaron en cambiar de rumbo. Durante el último período de gobierno de Michelle Bachelet se acentuó un autoritarismo y neoliberalismo marcados, cuyas cabezas visibles eran Camilo Escalona y el ministro Andrés Velasco. Cuentan los historiadores que, en plana decadencia del Imperio Romano, el poder y su expresión física era siempre dual: una especie de dos emperadores romanos con aspecto de señores feudales – algo similar pasó con la Concertación.

Perdido el poder, las divisiones se expresan más radicalmente: ya nadie acepta una dictadura de los jefes de partido que, ridículamente, se empeñan en colocar a sus príncipes delfines en el poder del partido, que es algo así como el hueso para el perro. El caso más ridículo es el del Partido Socialista, con Osvaldo Andrade, como hijo y sucesor legítimo de camilo Escalona.

En este cuadro de completo caos cada partido defiende su propia parcela: los senadores democratacristianos, por ejemplo, son cada vez más reaccionarios en temas como el aborto, en España, reconocimiento del gobierno de Honduras y condena al régimen de Chávez; los socialistas y el PPD están enfrascados en sus debates internos y han abandonado cualquier idea progresista – si es que alguna vez la tuvieron-. Este marasmo no es solamente nacional, pues cada día es más evidente que las democracias cristianas y la social democracia son fuerzas perimidas históricamente.

El documento firmado por Carlos Ominami, Gonzalo Martner, Gabriel Silver, Francisco Vidal y Guido Girardi constituye una buena expresión de la crítica a la caducidad de la Concertación; Vidal no sólo fue vocero del gobierno de Bacheler, sino también ministro de los dos últimos gobiernos socialistas; sus críticas a Andrés Velasco a los demás tecnócratas son bastante agudas y tienen en muy mal pie a los ortodoxos de este conglomerado.

El documento, fundamentalmente, toca el tema de la pobreza, y tiene mucha razón al denunciar que el ministerio de Hacienda no empleó políticas anticíclicas para combatirla suficientemente. La red de protección social sólo quedó a medias, demostrando debilidad para reducir los niveles de indigencia.

En síntesis, la Concertación se ha demostrado incapaz de constituirse en una oposición poderosa, y sólo se aferra a Michelle Bachelet para que haga un milagro – como la Virgen del Carmen – y les permita reconquistar el poder para seguir cometiendo los mismos errores de antes. Tiene toda la razón el cientista político Genaro Arriagada cuando sostiene que la candidatura de Michelle Bachelet, para el año 2014, que “en lugar de facilitar la renovación de la coalición opositora, la taponea”.

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