El triste corolario de la Concertación


Les copio ahora un texto interesantísimo de Camilo Lagos, representante de la Surda y colaborador incansable durante nuestra campaña política.




Por Camilo Lagos
A las imágenes dolorosas de cientos de chilenos muertos y los irreparables daños materiales que produjo el terremoto y posterior maremoto en nuestro país, se suma el enorme terremoto social que ha acompañado a esta tragedia natural. Terremoto social que se traduce, por ejemplo, en cientos de personas saqueando locales comerciales, ya sea por un legítimo deseo de cubrir necesidades básicas o por un vil afán de acumulación y aprovechamiento de las circunstancias. Todos hemos sido testigos de que el pillaje, el robo, el vandalismo, se han dirigido contra otros compatriotas, víctimas también de este desastre natural.

Sin duda, este tipo de tragedias nos permiten mirar con más profundidad eso que la cursilería criolla denomina el “alma de Chile”. Más allá de los fuegos de artificios sobre una sociedad supuestamente moderna, con una economía que hace gala de ser miembro de un grupo exclusivo de países, la realidad nos muestra su otra cara: la de una infraestructura moderna, pero absolutamente inequitativa; la del desamparo de miles de chilenos frente a las inclemencias de la naturaleza; la carencia de una red social poderosa capaz de responder antes estas circunstancias; pero, sobre todo, la de una sociedad profundamente fragmentada socialmente, temerosa, egoísta y banal.

Si bien, en nuestra historia los saqueos y la violencia popular no son nuevos, esta vez las imágenes de cientos de chilenos pobres, desesperados, asaltando y desvalijando sin ningún escrúpulo supermercados, grandes tiendas, almacenes y casas particulares, no puede reducirse sólo al drama que ha significado el terremoto.

Durante los últimos años, la violencia se ha ido expresando en circunstancias muy disímiles: grandes celebraciones deportivas, movilizaciones sociales masivas, incluso recitales y fiestas ciudadanas las que, en sistemáticas ocasiones, han terminado en destrozos, robos y enfrentamientos con la policía. La prensa y el establishment del poder, reducen torpemente estas expresiones a un simple problema de “infiltrados” o delincuencia, desconociendo la profunda frustración que se ha ido acumulando en la sociedad chilena, la que explota con cada vez mayor facilidad.

Nuestra sociedad es el reflejo de un pueblo al cual se le han aplicado 25 años de sistemáticas políticas neoliberales, las que se han traducido finalmente al enaltecimiento del mercado y de la competencia como motores del desarrollo. Paralelamente, el desmantelamiento de las redes sociales de contención, el desprecio por el rol de Estado como vehículo de transferencias y repartición de beneficios sociales, la generación de una cultura del terror y enclaustramiento (seguridad ciudadana) y la exacerbación de la propiedad privada desvinculada de toda función social, son las consecuencias del modelo al que hemos prendido velas.

Los gobiernos de la Concertación no fueron capaces de cambiar aquello. Por el contrario, en su afán de perpetuarse en el poder, terminaron profundizando las reformas iniciadas en los 80´s, acentuando el carácter liberal de la economía, pero esta vez bajo un suave maquillaje social-demócrata. Atrincherados en logros estadísticos sustentados en la progresiva reducción de la pobreza y una mayor cobertura de las prestaciones sociales, los sectores progresistas de la coalición permitieron que se ensanchara la brecha de la desigualdad, mientras se acumulaba el poder económico, político e informativo y se desarticulaban las expresiones de organización social y de prensa independiente. El modelo político y económico terminó siendo funcional y cómodo para la Concertación, aseguró la convivencia política con la derecha, el beneplácito del empresariado y lo que se dio en llamar la gobernabilidad y paz social.

Pero no contaban, esta vez, con la virulencia de la reacción social de los días posteriores al terremoto. Quienes debieron prever la situación, no daban crédito a sus ojos y los periodistas televisivos perplejos ante la barbarie, azuzaban el deseo de “la mano dura” ayudando a provocar, de paso, una sensación colectiva que está en nuestra memoria genética reciente: el miedo. ¿De dónde salió tanto lumpen? Se preguntaban todos.

Fue, sin duda, una postal incómoda. La imagen país salía magullada y pasábamos un tremendo bochorno ante los civilizados países de la OCDE que tan amablemente nos recibieron como uno de sus pares. Por suerte, la Teletón vino a poner las cosas en su sitio rescatándonos de la incivilización y colocándonos en el sitio que nos corresponde: los jaguares de la solidaridad.

Sin embargo, en el trasfondo silencioso, el tema de la violencia surge como un corolario dramático de la sociedad que hemos construido al alero de la Concertación. Querer reducirlo simplemente a una consecuencia del estado de shock social, es desvincularlo de las profundas causas sociales e históricas que tiene y, después de 20 años de gobiernos de la Concertación, es, indefectiblemente, parte de “su obra”.

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