Diferentes aspectos de la propuesta de la iglesia católica sobre indulto Bicentenario


Publico la columna de Rafael Luís Gumucio Rivas

Por cierto que es inaceptable el indulto para aquellas personas que hayan ejercido terrorismo de Estado y de lesa humanidad. No cabe, dentro de ninguna lógica, que personas que han cometido delitos tan graves como tortura, secuestros, asesinatos y otros crímenes siendo, además, funcionarios públicos que, en nombre del gobierno cometieron las más grandes atrocidades, cuenten con méritos para beneficiarse de la compasión de un Estado democrático. En todos los casos de delitos de lesa humanidad no aplica ni la prescripción, ni el indulto.

El documento de la iglesia, en el aspecto del indulto a quienes atropellaron los derechos humanos, vendría a contradecir la valiente lucha de esta institución en defensa y promoción de los derechos de las personas, durante el período de la dictadura. Aún más grave esta propuesta cuando quienes cometieron estos repugnantes actos no han mostrado ningún signo de arrepentimiento que vaya en el sentido de la teología de la reconciliación, además de constituir una cachetada para los familiares de las víctimas de estos atropellos.

Hay, sin embargo, un aspecto muy positivo en el documento de la Conferencia Episcopal que dice relación, en primer lugar, con los privados de libertad mayores de 70 años, enfermos terminales, que hayan cumplido parte de la pena, entre otros acápites. Personalmente me desagrada el “Estado Leviatán”, aquel monstruo que solamente castiga para mantener un supuesto orden social; no comulgo con el fanatismo de la derecha que quiere meter a todos los pobres en las mazmorras, en el supuesto de que son delincuentes. No tengo ninguna simpatía por la estupidez de trancar la “puerta giratoria”, sobretodo considerando que las cárceles están sobrepobladas y la dignidad humana es atropellada constantemente y que son escuelas del delito.

El aspecto más rico del documento es el que se refiere a la condena del pésimo estado de las cárceles, que me recuerda unos párrafos del documento de Luís Emilio Recabarren, en Ricos y Pobres: “el régimen carcelario es de lo peor que puede haber en este país. Yo creo no exagerar si afirmo que cada prisión es la escuela práctica y profesional más perfecta para el aprendizaje y progreso del estudio del crimen y del vicio. ¡Oh monstruosidad humana! ¡Todos los crímenes y todos los vicios se perfeccionan en las prisiones, sin que haya quien pretenda evitar este desarrollo…!”.

El ex candidato presidencial Marco Enríquez-Ominami denunció, con mucha razón, que ocho de cada diez hijos de prisioneros podrían seguir los pasos de sus progenitores, según una encuesta de la Fundación Paternitas. Es evidente que la delincuencia, lamentablemente, está relacionada con las condiciones tremendamente injustas en que la sociedad condena a los más pobres.

El camino de las personas más pobres no cuenta con muchas más salidas que el consumo y tráfico de drogas, la cárcel – donde viven en condiciones subhumanas, tratadas peor que piaras de cerdos- o el hospital donde va a morir ante la desatención de funcionarios que han perdido todo concepto de condición humana.

En este plano, la iglesia católica cumple la función invaluable de madre y maestra de la humanidad que, junto a los pastores evangélicos, acompañan a prisioneros y enfermos en los trances de una vida marcada por la miseria y condenada por una sociedad repugnante, donde los ricos ganan veinte veces más que los pobres, donde lo único que importa es el dinero – a la derecha sólo le importa enviar a “los rotos” a la cárcel para sentirse más seguros en su competencia para seguir atesorando riquezas.

Considerando que el sistema carcelario chileno constituye, en sí, un atropello a los derechos humanos, un indulto amplio que sólo exceptúe los delitos de lesa humanidad y pedofilia, creo que una tarea urgente es liberar al mayor número de personas que sufren loas rigores de la deshumanización de nuestro sistema penitenciario. La cárcel es, justamente, el antónimo por excelencia de la reeducación y la reinserción social.

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