Senadores chilenos: fariseos de la Fenicia latinoamericana


Publico la columna de Rafael Luís Gumucio Rivas

Siempre he creído que el senado es una institución inútil: nuestros padres conscriptos duran ocho años en sus curules y constituyen lo más granado de nuestras castas políticas. El día en que se reforme la Constitución, por lógica, debiera existir una sola cámara política, la Asamblea Nacional. En la mayoría de los países desarrollados el senado es una cámara decorativa, sin mayores poderes políticos – la única excepción es el régimen presidencial norteamericano.

Los senadores de derecha y democratacristianos y algunos socialistas se han dedicado, en este último tiempo, a dar cátedra de lo que es la democracia e, incluso, atreverse a condenar leyes aprobadas en países extranjeros, como es el caso de la legislación española sobre el aborto, recientemente aprobado. Patricio Walter se cree un “Pope” que se permite condenar, en nombre de la defensa de la vida, a cualquier acto que sea un poco más liberal que el fariseísmo conservador chileno.

En este afán de legislar para el mundo, los senadores de derecha y algunos democratacristianos, a veces secundados por monaguillos socialistas, cada vez más reaccionarios y trogloditas, se permiten presionar al gobierno chileno para que reconozca al ilegítimo gobierno de Porfirio Lobo, surgido de elecciones controladas por un gobierno golpista, que derrocó al presidente legítimo, Manuel Zelaya.

Durante estos días los senadores Andrés Allamand y Patricio Walter encabezan la arremetida contra el gobierno de Venezuela y, con un desparpajo digno de mejor suerte, se quieren convertir, nada menos que en “observadores internacionales”, una especie de árbitros sobre la limpieza de un acto electoral, cuando todos sabemos que lo único que quieren es favorecer a la oposición al gobierno de Chávez, que hace mucho tiempo ha sido repudiada por los ciudadanos venezolanos, a causa de la corrupción de los democratacristianos y de los socialistas de ADECO.

El senado chileno tiene cero moral para juzgar elecciones de otros países: no hace mucho tiempo estaba compuesto por senadores designados – perfectos lacayos del dictador Augusto Pinochet- por lo de más, el senado es elegido en base a un sistema binominal, que distorsiona la voluntad popular y que, en el caso de Allamand, fue prácticamente designado, pues había solamente dos candidatos –Frei y él; cualquier observador electoral, dotado de probidad, informaría que esa elección es bastante discutible, pues, al igual que el congreso de Chillán, en el período de Carlos Ibáñez del Campo, en el sentido de que es legal, pero discutible desde el punto de vista democrático.

Todo organismo o persona que observe elecciones en otro país debe ser autorizado por la institución que controla estos procesos en los respectivos países: Parece ridículo que algunos senadores chilenos pretendan convertirse en una especie de “Dios Padre”, que premia a los derechistas y condena a los izquierdistas.

El caso del PS es aún más ridículo, pues parece comprometido con una derecha tan reaccionaria que, incluso, aterró a un líder fascista francés –Jean Le Pen -; con razón, diputados como Sergio Aguiló, Marcelo Díaz, Fidel Espinoza y Alfonso Urresti, entre otros, condenan los coqueteos de Rossi con la derecha – el PS se está convirtiendo en un conglomerado de autoritarios y reaccionarios, que poco se distinguen de la Coalición por el Cambio.

Una vez perdido el poder, la Concertación se está convirtiendo en una bolsa de gatos donde cada uno quiere sacar su tajada, y como carece de sentido la alianza entre la Democracia Cristiana y la socialdemocracia, es apenas lógico que en los temas mal llamados valóricos, las diferencias comiencen a manifestarse.

Andrés Allamand, convertido en “díscolo respecto al gobierno de Sebastián Piñera, en su afán de buscar pantalla, se lanza contra el secretario general de la OEA – uno de los grandes apernados de la ex Concertación- sosteniendo que “Insulza no puede ser un observador pasivo del deterioro democrático”, como si conspicuos miembros de su partido hubieran sido muy demócratas cuando sostuvieron el gobierno del dictador Pinochet.

Cualquiera puede tener su propia opinión sobre el gobierno de Hugo Chávez – o de cualquiera otro país y sus instituciones – pero lo mínimo que se les puede pedir es un poco de decoro y consecuencia democrática. Creo que la Democracia no puede dar clases de sobre este tema cuando apoyaron, al comienzo, la dictadura del peor tirano de América Latina.

El régimen político venezolano ostenta un récord de elecciones; por lo demás, emplea métodos de democracia directa, como losa plebiscitos revocatorios y la iniciativa popular de ley que, ojalá existieran en Chile. No podemos dar clases de democracia cuando funcionamos con una Constitución dictatorial, reencauchada, ridículamente, por Ricardo Lagos y sus ministros. Esto es lo que yo he dado en denominar “fariseísmo en la Fenicia de América Latina.

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